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Satanás Blackstar.
(Santiago DelaCroix)

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Ketér

La Génesis de la Creación: La Corona de la Caos.
 

Ah, mi buen amigo, ¿os interesa escuchar la historia de mi primer reino? Una obra excelsa, digna de alabanzas y reproches por igual, comparable a la de aquel ingenioso hidalgo que cruzó la Mancha en pos de quimeras: gloriosa en sus inicios, pero condenada a un destino torcido y lejano de su origen. Sin embargo, cada acto suyo, como cada página de esa historia, guarda un propósito que ni la pluma de su autor podría negar.
 

Todo comenzó con un estallido primordial, el primer rugido que dio vida al vasto universo. Yahveh, tan vanidoso en su grandeza, proclamó a los vientos que aquel Bang era obra suya, un simple exceso de poder que su ser colosal no pudo contener. ¿No os parece irónico, mi buen amigo, que un carpintero alabe su martillo por cada clavo que fija? Yo, que observo con más claridad, os aseguro que no fue más que uno de los innumerables estallidos nacidos del caos, cuando la energía comenzó a tomar forma. El cosmos no fue hecho por una sola mano, sino que se gestó en un proceso que ni él, con su amor por la pompa, podría reclamar como suyo. Pero me dejo llevar por las digresiones.

De aquellos orígenes surgieron los primeros dioses, criaturas primitivas, tan asombradas como los primeros hombres al descubrir el fuego. Yahveh, nuestro arquitecto, tuvo la genial idea de perforar el tejido cósmico, condensando aquella energía dispersa en nueve grandes focos, como niños que juegan con remolinos en el polvo. Oh, y qué gloriosa tragedia: esas esferas, hinchadas y repletas de energía, estuvieron al borde del colapso, a punto de desbordarse y vomitar –perdónad mi falta de elegancia– toda su energía acumulada.
 

Fue entonces, con un destello de su “infinita sabiduría”, que decidió construir su reino. Siete días, dice el Génesis; un capricho poético para los mortales, tan efímeros y crédulos que no podrían comprender el largo y arduo proceso que realmente tomó. Yahveh, por supuesto, alimenta esa ilusión. ¿Qué es un dios sin una audiencia que crea en su magia?

De su mano surgieron las primeras conciencias, moldeadas, según él, a su imagen y semejanza. ¡Qué presunción! ¡Qué burla! Él no moldea, no puede. Crea sin dirección, y en esa creación de ángeles fue donde halló su error. Aquella era oscura, mi buen amigo, una época arcaica en lo que sería el cielo.

Y entonces, me forjó a mí, el Señor Celestial, creyéndome inferior en poder y rango, pero incapaz de prever que en mi esencia germinaba algo que escapaba a su comprensión: propósito.

Me encargó la misión de dar orden al caos, y orden, mi buen amigo, fue lo que le di. Tomé las nueve esferas y entrelacé sus energías con la tela misma del cosmos, como venas en un cuerpo, como ramas de un árbol majestuoso que sostenía los cielos primigenios. A cada una le asigné un propósito, una razón, y en el ápice de aquel orden, me coroné a mí mismo. Ketér, la corona.

Decidme, ¿acaso el hombre entiende la verdadera naturaleza de esa palabra? “Orden”, no voluntad. No fue usurpación, no fue ambición, sino el acto de un escultor que da forma a la piedra para revelar su perfección.

Así nació el Árbol de la Vida, y con él, el Cielo dejó atrás su era oscura. Yo, su legítimo artífice, mostré al cielo su primer gran esplendor, y con ello introduje su primer sistema: el Feudalismo. He ahí la verdad tras el mito. Tal fue mi primer acto de creación. Una historia que, aunque silenciada por conveniencia, resplandece en la memoria de quien la vivió.

“El caos es el principio, no el fin.”

“La creación es un juego, y en el caos se juega la verdadera libertad.”

La Caída del Portador de la Aurora y el Primer Concilio de las Alturas.
 

Dícese, amigo mío, que en tiempos inmemoriales, cuando los cielos aún eran un lienzo sin manchas y los mundos se hallaban en los albores de su fulgor, Yahveh y yo, su humilde arquitecto, trazamos el diseño del Árbol de la Vida. Con mimo y arte divino, compuse cada rama, cada hoja y cada fruto, pues esta maravilla no sería solo el adorno de un paraíso edénico, sino el corazón mismo de nuestra creación.
 

Imaginad, buen lector, un reino de gloria y verdor, donde la hierba era más suave que el terciopelo y las aguas puras discurrían con el canto de los ángeles. Este paraíso lo construimos como homenaje a la grandeza de la vida; y en su centro, alzábase el Árbol de la Vida, cuya corteza blanca como alabastro y cuyas hojas doradas semejaban un tesoro celestial. Sus frutos, manzanas de un carmín tan vivo como la sangre aún no nacida, destilaban una energía tan pura que se diría divina. Pero, ay, ¡la obra del hombre nunca está a salvo de su propia corrupción!

Mas no tardó en llegar el primer desacierto de esa existencia incompleta que Yahveh moldeaba como un alfarero inexperto: Luzbel, quien fuera la estrella de la mañana, se atrevió a alzarse en rebelión. Con lengua de miel y mirada altiva, cuestionó el designio del Todopoderoso, afirmando que los cielos no eran sino una cárcel de oro y que la creación estaba condenada a una esclavitud dulce, pero esclavitud al fin.
 

Y decidme, amigo mío, ¿acaso no tiene mérito el atrevimiento de aquel ángel? ¡Oh, qué tragedia es ver cómo la luz de su entendimiento lo llevó a la caída! Luzbel, cegado por su propio fulgor, intentó persuadirme a unirme a su causa. Pero yo, que estaba ocupado en el arte de crear mundos, rebatí sus palabras con prudencia, pues aunque mis manos trabajaban bajo la guía de Yahveh, en mi pecho solo albergaba dudas veladas.
 

Luzbel, junto con su hueste, fue derrotado y arrojado al Sheol, un lugar sombrío y maldito que Yahveh, en su crueldad disfrazada de justicia, había forjado. “Deja que perezca”, dije, sabiendo que la existencia de la estrella caída sería una amenaza para el orden divino. Pero Yahveh, con una sonrisa que jamás comprenderé, replicó: “Es más divertido así”.
 

Continué mi labor, mientras el Sheol se convertía en una prisión atroz. No mucho tiempo pasó antes de que Yahveh, en su capricho, creara a los primeros humanos: Adán y Lilith, y luego, tras la desdicha de esta última, a Eva. ¡Ay, si hubierais visto lo que yo vi! Eva, la segunda madre de los hombres, cayó en la astuta trampa de Luzbel, quien con sus últimas fuerzas tentó a la pobre criatura para que mordiera un fruto de mi Árbol, mancillando así la pureza de mi creación. Todo lo que advertí a Yahveh se cumplió como un reloj que marca la hora fatídica.
 

Y no terminó ahí la cadena de desdichas. Tiempo después, Yahveh convocó a todas sus criaturas a un concilio celestial, que desde el principio se me antojó más una artimaña que una consulta sincera. En este cónclave, se planteó la cuestión del libre albedrío. “¿Debemos permitir que las criaturas vivan según su voluntad, o les despojaremos de tal don, haciendo que retornen como ovejas al redil celestial?”, preguntó el creador. Todas las voces, temerosas o sabias, eligieron la libertad, salvo una sola: la de Samael.
 

Samael, el prudente y perspicaz, alzó su voz como una nota discordante en la armonía impuesta, abogando por la supresión del libre albedrío, alegando que traería caos y ruina. Pero, ¡oh, lector! Este concilio no era sino una trampa para desenmascarar a los que pensaban distinto. Yahveh, astuto como serpiente, tomó aquella disonancia como excusa para señalar a Samael como el primero de los caídos.
 

Así fue como Samael, quien antaño fue el más fiel de los celestiales, fue arrancado de su puesto y encadenado al Sheol, sellando su destino en el abismo que él jamás deseó habitar.
 

“La luz que una vez poseí, la oscuridad que ahora soy.”

El Destino del Caído y la Sombra que se Alza
 

Mas, ah, amigo mío, aunque los cielos ya mostraban grietas en su perfección, lo que ignoraban aquellos seres celestiales era solo la semilla del caos que estaba a punto de germinar. La caída de Samael no fue sino la primera pieza de un tablero mucho mayor, uno que Yahveh, en su confianza desmesurada, jamás imaginó que se estaría jugando en las sombras.
 

Y no creáis que el Sheol fue la condena última para Samael, pues la verdad de su destino, aún sellado en su prisión de oscuridad, sería mucho más terrible que cualquier castigo que el Todopoderoso pudiera imponer. En su abismo, fue forjado algo nuevo, algo más allá del orden celestial. El caos no solo corrompe; el caos engendra. Y Samael, el primero de los caídos, ahora es conocido por otros nombres: Satanás, el Señor Infernal, el Arquitecto de la Destrucción. Él, que algún día llevaría la corona del caos, comenzaba a escribir una nueva historia, una que ni la más brillante estrella del cielo podría prever.
 

En la oscuridad de su prisión, algo se movía. Los ecos de su alma destrozada resonaban con fuerza, y en su corazón, el antiguo orden se desmoronaba, dando paso a un poder mucho más vasto y sin restricciones. Allí, donde las estrellas ya no brillaban, el reinado del caos comenzaba a forjarse. La creación se había corrompido, pero la ruina… la ruina solo era el principio.
 

Y mientras la oscuridad se extendía desde las entrañas del Sheol, como una marea interminable, las sombras se alzaban en los rincones olvidados del cosmos. De los pecados del primer hombre, de la caída de la estrella de la mañana, de las decisiones tomadas en los cielos y en las profundidades, surgiría el caos que alteraría el tejido mismo de la creación.

Pero ese, mi buen amigo, es otro relato que se avecina, uno que no será contado por los celestiales ni por los mortales. Porque cuando el Reino del Caos se alza, lo que hasta ahora fue vida y orden caerá bajo su peso. Y el que una vez fue llamado Samael, que por un instante creyó en la supremacía de la luz, tomará las riendas de un destino mucho más grande que el que el cielo jamás pudo otorgarle.
 

Así que, os pregunto, ¿estáis preparados para escuchar cómo el caos se alza? Para comprender cómo un reino que nació de la ruina se levantó para desafiar a los dioses mismos. La historia de la caída de la luz es solo el preludio de la oscuridad que se aproxima. Y esta es una historia que no conoceréis a través de los ojos de los inocentes… sino de aquellos que, habiendo tocado las profundidades del abismo, se alzan con un poder que amenaza con engullir toda la creación.

Adrenverse

Musica: "Dora Gong4n · Hiroyuki Sawano" 

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